21 de Enero
Gracias por hoy, o por ayer en verdad.
Por haberme cuidado en mis pasos, y por haber cuidado a quienes amo. Por poder haber sonreído hoy, haberte recordado… Gracias por aparecerte en medio camino, diciéndome que me amas, y con letras tan gigantes que no podía evitar verlas.
Sé que no he sido bueno, y sé que he sido falto. Pero si en algo te he agradado, por favor, mira mi necesidad, y reconforta mi espíritu con tu amor. No necesito más que eso.
Gracias por hoy, Papá.
Algarrobas II
No puedo cambiar, lo asumo. No agrado, no congenio, y no perduro. Tal vez tengo chispazos, pero la verdad es que no lo logro, por ningún método.
Puedo entender que restauras, pero me cansé de mí mismo y no dejarme restaurar. Me cansé de rendirme cada vez por enésima vez, creyendo que será la última, y no lo es. Y he llegado a este punto, de crisis, de colapso, donde no descanso y no hay paz, con el permanente miedo de que lo poco que me queda también se vaya.
Estoy cansado de mí, y es, cada minuto que pasa, más pesado este traje de piel y huesos que arrastro.
Soy el pródigo, que sigue siendo pródigo, y que seguirá siendo pródigo, sabiéndose pródigo, sin poder dejar de ser pródigo.
Afán
El espacio entre palabras, ese silencio que nadie nota, pero todos transitan en la verbalización de sus ideas.
El milisegundo sin respirar luego de exhalar, con los pulmones vacíos antes de llenarlos de nuevo.
El intertanto, lleno de estrés, antes de seguir.
La lluvia de Dios III
Un día, no recuerdo la hora exacta, mi cielo se plagó de nubes y comenzó la más grande de las tormentas, o al menos de las que he visto en plena primavera.
Se auguraba – me dijeron – y de seguro durará.
Crecí donde la lluvia es familiar, y donde los pies mojados no enferman, pero tuve que re-acostumbrarme a esta inclemencia, porque cada gota que caía era como lanzada con furia, tanto que poco a poco mi piel era carne viva.
Pasaron los meses y hasta el más docto de los astrólogos predecía una infinidad de años de temporal. Y ahí me detuve, en la noche más triste del huracán, en el suelo a diez mil metros bajo el agua, sollozando lo que me quedaba de fe.
Guardaba entre mis manos y un retazo de tela el pan que alimentaba a quien iba conmigo, pero se deshizo en humedad.
Si puedo preguntarte, ¿cuánto tiempo más?
El Ciego
Creo que lo dije en algún momento, pero es mi deseo ser aquel ciego momentos antes de que posaras tus dedos con barro sobre sus ojos. Con la fé en su máximo esplendor, faltándome un sentido, pero encontrando el sentido en Ti. Prescindiendo de verte, pero sabiéndote enfrente, sin esperar el inminente milagro. Tal vez sin saber qué sucede ante el silencio de todos alrededor, extrañados viendo, y tú haciendo lodo con tus manos de creador; me pregunto si en aquel momento recordaste cuando me formaste con tus dedos.
¿Me recordarás esta noche cuando ya te hayas ido a dormir, o tal vez seré un número más en la lista de milagros que realizaste hoy? Creo haber escuchado que oraste por mí cuando más dolor sentías en tu corazón. Y eso que no existo, aún.
Si no debo ver, no me dejes ver. Si debo permanecer ciego por el resto de mis días, sé tú mi lazarillo y mi guía.
Si nunca se irá este silencio abrumador, donde no sé qué está ocurriendo alrededor mío, pero donde tengo la certeza de que estás de pie frente a mí, déjame así. Y si tus dedos no se posan nunca en mis ojos inútiles, sabré que es tu deseo, sabré que es tu decisión, porque también sabré que un día, quizá no en esta vida, sí lo harán, para que lo primero que vea sea tu rostro mirándome, feliz por recibirme en tus brazos, allá donde Tú estás.
Olvido
Sucede que me he olvidado de ti, y ojalá no fuera consciente de ello, porque la ignorancia actúa como anestesia, pero lo soy.
Sucede que en mis manos has confiado tesoros tuyos, como si yo fuera capaz en algo, y a raíz de mis absurdas decisiones, desequilibrados pasos e ininteligibles y malformuladas oraciones, he visto dibujarse grietas en ellos.
Repáralas ¿sí? Aún sin que yo vea cómo lo haces, y aún sin que esté cerca. Mientras me enumeras las veces en las que me diste la oportunidad de hacer todo bien, y opté dejarme llevar por mis fantasmas y muertos. Mientras me cuentas el cómo hubiese sido todo si desde antes me dejaba guiar por tus pasos, aún ciego, por tu voz.
Y si abres tu boca, que sea para pronunciar que mis tiempos de gracia se acabaron, que el último ladrillo de la pared se puso en su lugar. Y que ni siquiera los intentos que hice fueron buenos.
Sucede que debí haberlo pensado antes, ¿el qué? El todo, el cada uno, el por completo de mí.
Sucede que me olvidé de ti, y duele, pero quisiera que doliera todavía más, y que me viera obligado a arrastrarme hasta tus pies, sin petición más que me perdones por olvidarme de ti.
No tocar
La sensibilidad a niveles altos es dolorosa, y es como si mi piel ardiera en estos momentos ante el más mínimo acercamiento.
Ni hablar de contacto…
Cancelaría mis compromisos, mis levantarme y acostarme, mi parpadeo en minutos donde nuevamente debo comenzar a planificar una reparación de todo.
¿Cuántos platos debo volver a pagar?
¿Cuantos debes volver a pagar tú?
Me he quedado pequeño a las expectativas de todos, y nunca me levantaré. Estoy tan aturdido y anulado por las alturas a las que no pertenezco, que el vértigo de caminar con la vista hacia abajo me acaba por acobardar y dejar mal frente a todos.
Odio formar parte de mí, y que me hayan estructurado con esta mentalidad, personalidad y presencia de mierda. Tanto que si no fuera porque conozco la verdad mi cráneo ya se hubiese reventado.
Y aún así, con todo, me aferro a los ojos que dicen amarme, que aunque a veces no los siento genuinos, por mis propias inseguridades, me hacen quedarme unos instantes más aquí.
No hay mucho de lo que hablar, ni mucho en lo que pensar, sólo me quiero recuperar un día, y saber qué siente el que, sin miedo alguno, da el paso fuera de su casa un lunes por la madrugada, sabiendo que no volverá.