Densidad
Sácame o déjame siempre en medio de esta niebla, y me encargaré de hacerlo yo, con hielo y cuchillos.
Exilio
El sentido existe, pero existe porque fue creado. ¿Qué hacías antes de eso? Me lo pregunto porque en algún instante no existía, y todo seguía tal cual, fuera de nuestra presencia. No pretendo caer en el existencialismo y decir que alguna ventaja hay en no haber nacido, pero si mi destino y desembocadura de mi sentido de todas formas es la muerte, ¿por qué no ahorrarnos el preámbulo?
Declaro que no puedo, tampoco quiero y me rindo, no hay manera alguna de ser lo que debería ser. Que se acaben estos cálculos interminables en mi mente, que se vayan de una vez por todas los sueños de haber crecido, y que se termine, por favor.
Que se termine esta noche, y si es con dolor, que lo sea pero que se termine.
Homínido
Sé que no he sido un buen hijo, me reconozco pecador, rebelde, incluso por momentos desafiante, y por eso (porque no hay peros) es que hoy necesito de tu ayuda, porque Tú lo eres todo, eres el que limpia, rectifica y me vence. Encomiendo mi vida, mi futuro, mis planes, los que serán y no serán, porque sólo Tú los conoces y estás en ellos antes que yo, sobrepasas todo con creces, y estás cuando empecé, y estás cuando terminaré. Tu presente es mi futuro, y estoy en tus manos.
Tal vez pedir perdón sea repetitivo, vacuo a este punto, pero conoces mi corazón, y ya no lo considero valorable, ni siquiera para ser escuchado o mirado por el Dios al que hoy le escribo. Sin embargo, Tú me creaste, pensaste en mí y ocupé un lugar en tu corazón, fui parte de tus pensamientos y me has amado. Sé que al final de todo, ni siquiera triunfaré yo, ni tendré un mérito, sino Tú, y si estoy contigo todo, absolutamente todo obrará para bien.
Porque para los que aman a Dios, todas las cosas ayudan a bien. Y con toda mi miseria, mancha, pecado, me es inevitable sentir lo minúsculo y profano que sería pronunciar un te amo, pero ayúdame a amarte, porque no sé hacerlo.
Si quieres limpiarme, te lo ruego.
Esa columna de fuego
Cuánto tiempo, Señor…
Sé que no te has ido y has caminado a mi lado cada milla hasta aquí. Pero no he querido mirarte, pues la arena golpeaba también tu rostro, y espinos rasgaron parte de tu ropa.
Sentía que moría de sed, de hambre, de calor, pero no me moría.
Siempre pensé que en el desierto sólo había luz por el Sol, pero gran parte del camino eras Tú quien lo iluminaba, de día y de noche.
Recuérdamelo siempre ¿sí? Que me amas en las madrugadas y en las noches, que me amas en los inviernos y en las primaveras. Y todo estará bien.
No salgas fuera
Si supiera que lloras por mí afuera de mi tumba, te pediría que no hagas caso a tu dolor. No me devuelvas la vida, está bien así.
Lo absurdo de pensar que si hubiera podido decidir existir, sabiendo que no hay conveniencia en no hacerlo, tampoco alivio. Sin embargo, decidiste crearme… ¿para qué? Perdón que pregunte, no lo hago sin reverencia.
Hoy es un momento, no quiero pensar en el futuro porque me da miedo, y tampoco en el pasado, porque me dan ganas de morirme. Me he detenido a sentir esta herida, a prestar atención a lo que tienes para decirme, y si no tienes nada para decirme, a tu silencio.
¿Cuánto más? ¿Días, semanas, meses, años o décadas? Tal vez me queden horas de vida, tal vez sea el mejor momento para decir que simplemente no pude, que no hay más tiempo, que no hay más ciudades, ni estaciones, ni paseos, ni decisiones estúpidas. Ni siquiera te conocí del todo, creí que vería más de ti.
No me llames afuera cuando esté dentro. Déjame así, por favor, así como si nunca hubiera pasado por tu mente.
Grillete italiano
Días donde me cuestiono si la pieza faltante en esto no existe y es imposible crearla. Vivir la vida desencajada, deseando que el amigo conociera a mis padres, deseando recibir feliz un invitado. Pero ni siquiera los recuerdan, y cada vez tener el deber de contar dónde conocí a tal o cual, es definición de interés, y no lo hay.
¿Qué es lo que falta? Porque el esmero por agradar y complacer viene por defecto y si quiero quitármelo vuelve a pegarse, y desesperadamente me lo refriego, me quito la piel y sigue ahí. Lo odio.
Agradarte para recibir por retribución queja, complacerte para recibir juicio, para contagiarme de la amargura y despropósito con el que vives. Húndete en tu mierda solo, y todos como imbéciles seguirán complaciendo tu estómago.
La tormenta la paso arrastrando un pie del que te aferraste, y no sé si para detenerme, o para llevarte conmigo, repitiendo que Dios es bueno.
Destino, des-tino y desatino
Tal vez no conozco a ese Dios del que tanto hablo, del que tanto me hablaron. Puede que no conozca a ese Dios que pensaba conocer.
¿De qué forma debo hablarle para ser oído por él? ¿Por qué siento que debo buscar métodos correctos para estar seguro de que fui oído, bien acogido? ¿Debería sentir algo en específico al momento de que mis palabras llegan a puerto? Si es que llegan…
Qué terrorífico es cuando pienso que todos los días de mi vida en los que me dirigía a él, en realidad no me dirigía a él, sino que a una simple idea de que era él. ¿Y si nunca me oyó? ¿Y si todo este tiempo mis oraciones, peticiones, gratitudes y llantos se acumularon en el buzón de nadie? Y hoy hay montones y montones de cartas escritas a alguien que no era…
Quién sabe si me equivoqué una vez más y por estúpido escribí a otro destinatario, y me quedé confiando en que la demora y el silencio era lo normal. Y siempre la misma filosofía, y siempre la misma explicación: «Los tiempos de Dios son perfectos».
¿Y si no se trataba de perfección, oportunidad ni voluntad, sino de mi propia invalidez e imbecilidad de no saber encontrar el método correcto, y sentirme tan ridículamente ajeno a todo, que ni siquiera logro ser oído por el mismo inventor de la oreja?
Aunque fuera así, guardo algo de esperanza, mira que si en alguno de sus días inclina su cabeza a este lodazal donde apenas me distingo, y por curiosidad u ocio, cualquiera sea, le resulto gracioso y me escucha.